De pequeño siempre iba a misa pero como no encontré mi
parlamento en la iglesia empecé a buscar a Dios en la taberna. Recorro las
calles flacas y me situó delante del
templo donde habita San Antonio. Yo
siempre le he tenido devoción a los santos sin embargo no me pasa lo mismo con
la virgen. Ahora es todo más nuevo pero me recuerda a los bosques de cemento, al
corazón de las ciudades. La sombra es más grande y sin querer miro la cicatriz
de mi rodilla derecha. Soy muy consciente de que me acompañara toda la vida.
Entró como quien se busca en su engaño. Recuerdo el sermón
de la montaña y aquel cura digno, muy alejado de los perros viejos del escaño
clerical. Siempre intentaron buscar la comunión entre una belleza pura y una
inexistente verdad. En algún diario leí que arriendan sus bancos, que alquilan
su palabra y que adornan al cariño. Bodas, bautizos, sobres, caspa y
cementerio. Son palabras que no caben en un verso. No en el mío.
Fuera todo parece distinto, una habitación ventilada, el
anticipo de un suspiro, la invitación a
la calma, la dureza del pasado. Yo soy de los que portan santos, de aquellos
que defienden el alma de los pueblos pero no me busquen, no me verán robar en un cepillo,
tampoco echar una moneda.
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