En una fiesta donde
todos bailan
a los dos nos ha
reconocido la lluvia.
Sé que no venimos solos,
nos acompaña el silencio
de la ropa sucia,
el abrazo de las fotos a
medianoche,
las sábanas sin sueño
del café.
El reloj no marca la
huida exacta
pero la excepción hoy
quiere ser bosque.
Olvida la edad de mi
equipaje,
el rumor de los caminos
a mediodía,
porque el daño no tiene
a donde ir
y busca habitar esta
conversación.
En aquella mesa, si
quieres,
podemos empezar a tocar un
tiempo
que hace años no habla
de nosotros,
salir de la casa
enferma, pedir dos copas.
Tú también conoces el
frío,
la urgencia del otoño en
la herida.
Te delata un re menor en
las pupilas,
las paredes del invierno
en las mejillas,
la huelga del ya mismo,
quizá luego,
cuando la prudencia
tiene sus planes.
Pero esta mirada ocupa
un desierto
y sabe que el amor no siempre acaba mal.
Qué hay duda en tus
labios,
huellas de hielo y luz
en el sofá,
olas de sal y sueños en
las palabras
que pasean descalzas por
la botella.
Y, sin embargo, también
mar,
olvido con tacones de
calendario,
paz clandestina en la
trinchera
de quien acostumbra
abrazar un crucigrama.
Puede que afuera no
seamos tan tímidos,
que la noche tenga
razón.
Porque en un charco de
soledad,
la culpa no entiende de
pasaportes.
Tampoco vamos a
engañarnos,
no soy un amor de andar
por casa.
Quizá otro viaje fuera
de fecha,
el peaje de un beso al
exilio
pero que regresa en un
bostezo
cuando la luz del día es
una ambulancia.
Por eso, si quieres,
empieza por desnudarme
la boca
y deja que mi insomnio roce tus manos,
juguemos a los dados contra
Dios.
PRECIOSO
ResponderEliminarBello...
ResponderEliminarGracias, Simón por tu regreso.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Simón por tu regreso.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias por enriquecernos con ese cariño inmenso. No cambies.
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