miércoles, 6 de febrero de 2019

Con la boca seca



Cada tarde vengo a esta calle llena de tiendas
a cambiar la talla de mis zapatos.

Camino en silencio entre los abrigos de la gente,
me escondo del murmullo de la sastrería,
raro, como un niño de ojos nuevos
huyendo por las ojeras de las casas.

La peluquera fuma del humo que soy
y febrero muere de frío en las panaderías.
Paseo despacio, casi inexistente,
viendo mi cara de cuchillo en el escaparate.

La cafetera es un reloj con carnet de suicida
y mientras sueña el camarero pide un taxi,
la soledad vive a dos copas del dormitorio.

Resisto la lluvia debajo de un balcón
pero el tiempo me saluda desde un coche,
sabe que guardo un mapa en los labios,
que todas las direcciones me llevan a tu boca.

Paseo extraño como una gota de agua
en una ciudad de luces perfectas.
La ansiedad es un cromo repetido,
un mordisco de la niñez en el corazón.

Unas alas raras para unos pies cansados.
El camino está lejos de mí,
en el lado incorrecto de mis huellas.



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