lunes, 21 de julio de 2014

Saudade


(porque todavía sigue existiendo Buenos Aires) 

Recuerdo que hicimos de las paredes
un confesionario con ventanas a las vecinas,
que fuimos todo lo feliz que alguien puede ser
escuchando el llanto inquieto de una almohada.

Destripar las sombras de una habitación,
mientras Amelie sonaba en el portátil
y tu cuello me invitaba a su conquista,
fue la cama de una necesidad con forma de verso.

Llamar a los te quieros por su nombre
a veces es la forma más cobarde de huir de ellos,
de atrincherarse en la herida del recuerdo
para hacer cicatriz a consta del olvido.

Echo de menos como me ofrecías,
cuando las diez llamaban a la puerta,
un café con pezones de chocolate
mientras jugabas a buscarme entre el azúcar.

Bendita ginebra que nos llevo a los altares
de ser creyentes de la excusa,
del arte de hacer del alcohol una puta
con las piernas abiertas a la avenida del deseo.

Aún así todo empezó como todo empieza,
con el paseo de las primeras sonrisas por los parques,
con la mirada perdida entre tus pupilas y tus tetas,
con las ganas inevitables de esconderme bajo tu ropa.

Pero nada terminó igual, bien lo sabemos los dos,
corrimos detrás de las llamadas de nadie,
hicimos de los espejos el retrato de dos niños solos
y aprendimos a secar las lágrimas con el sexo.

Echo de menos a personas que no conozco,
esto es todo lo que sé de ti desde hace años
porque cuando la soledad ocupa el tamaño del tiempo
vuelvo a ti aunque ya no estés.



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