Desde hace un tiempo recibo mensajes de alguien que no existe. No sé quién ni porque lo hace, pero es alguien que me sigue de cerca. Escribe cosas maravillosas sobre mí y mi libro. Esto es lo último que ha escrito.
EL CARBONERO QUE ENAMORO A LA MUERTE
Hace unos días hablaba con, quién
sin duda, será el futuro de la poesía andaluza. Puede que por sus palabras, por
su corazón o por juventud, lo haya aprendido a valorar demasiado pronto, pero
como dicen sus poemas, en él, cada verso, invita a la esperanza.
Simón Hernández lleva en él toda
la sencillez y misterio de su tierra, Carboneras. Dice que llego a su tierra
materna con un Romancero Gitano, un disco de Paco Ibáñez y una boina, tres años
después sigue guardándola. Para él significa todo, miles de sacrificios de unos
padres y abuelos que por fin han dado su fruto, un joven de 21 años capaz de
hacer de la palabra corazón y silencio, cristal y metralleta.
Hablar con él es un misterio,
hace de su pueblo un paraíso solo digno de las musas. Me dice que nunca será
profeta de ninguna tierra, lo que no sabe Simón, es que ya lo es. Carboneras
está para él guardada bajo beso, bajo un mar que sigue bebiendo de él mismo.
Bromeando con una copa, le
pregunto si alguna vez se ve como el gran Labordeta, dando el pregón de su
tierra. Su sonrisa de niño le delata y de la forma más sencilla responde “yo
nunca he dejado de darlo”.
Mientras estudia, Cartagena lo vive
y lo recorre, lo firma y lo descubre. Allí ha encontrado la tranquilidad y su
casa, un mundo nuevo. Sus inquietudes siguen siendo cada vez más pero mientras
escribe, nosotros somos espectadores de alguien que juega a encontrarse en el
olvido.
Un amigo, eso me llevo, un
suspiro de aire que ya vuela por toda España. Un antídoto contra el miedo que
ha enamorado a la muerte.
No hay nadie en el espejo es
Andalucía, la nueva patria del verso.
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