
A veces en esos ratos donde el silencio es quien comparte la cama conmigo, en esos ratos, yo, me pregunto ¿Por qué decido entrar en un partido? ¿Qué necesidad tengo yo? Pues bien en mi silencio me acuerdo de unas personas, una parte inmensa de mi felicidad, a los que llamo abuelos.
De los grandes maestros de esta vida, hay uno, Serrat, que me enseño que a lo máximo que aspira una persona es a envejecer con dignidad, dignidad que no conseguiremos, si no ayudamos a esos niños que saben más porque nacieron antes, a envejecer con esta.
No es justo que el tiempo haga de una radio, una televisión, o de la oscuridad de una habitación donde podría entrar la luz sin problemas, la mejor compañía de nuestros abuelos. Por esto, en gran medida estoy dentro de un partido, el que yo creo que es el mejor para conseguir esta dignidad, porque esa juventud tan bonita y primaveral con la se renueva el partido socialista, un día llegara a vieja, y no va a permitir que lo hagamos sin dignidad, y esta empieza por dársela a nuestros mayores, que son para mí, al menos, la pieza más sabia y necesaria para llegar al buen puerto que queremos, puerto que lleva por nombre la palabra futuro.
“A lo máximo que aspiramos es a envejecer con dignidad” J.M. Serrat
Tengo una queja,
grande como la luna,
una canallada a la vida
y un pecado de esos
de infierno y sin doctrina.
Una queja que no perdona
el paso de los días,
esto que llamamos juventud
y en su plenitud camina,
olvida a la voz del minutero
adelantando nanas de cuna.
Quien puede pensar entero
y con cierta dignidad por insignia,
que los años pasan firmes
sin coser las abiertas heridas,
identidades sin voz ni puño,
horca de esta edad la mía.
No soy ejemplar,
aunque un Dios divino,
dé su fe y me lo diga,
herencia sin espina,
polvo que recubre de llanto
la plena sabiduría.
Quizás por no ser,
esto no sea ni poesía,
pero sí un pellizco a tiempo
para medir con nuestros pasos
el tamaño de la sombra
en la paloma caída.
Frutos de la inmadurez
olvidamos aprender
el vacío que deja la despedida,
estación del último día,
lección del corazón asfixiado
en la batalla siempre perdida.
Con palabras envuelvo
lo que mis manos reclaman,
el no olvidar que la grana
será nuestro descanso
del eterno mañana.
Espero de mi lucha, nuestra,
una sonrisa por muerte,
unas alas por esperanza
y clemencia para el alma.
Sangre primaveral del fruto,
que en el delirio del amor
no volveras a florecer,
hijos de una tierra ahogada
gritad y renaced,
nietos del instante,
y pasajeros del ayer.
